Mi Camino de Yoga: Un Viaje de Autocuidado y Amor Propio
María
7/24/20242 min read


El yoga me encontró en un momento de cambio en mi vida.
No fue algo que buscara, al menos conscientemente, porque, realmente, no tenía idea de lo que era
(y aún hoy, después de tantos años con él, me sigue pareciendo inabarcable).
Pero él sí me estaba buscando a mí.
Y me encontró.
Me encontró después de una separación de una relación insana, después de una muerte que tambaleó todos mis cimientos, después de una pérdida anticipada…
Y ahora que lo escribo, recuerdo que, tras mi primera clase —a la que llegué por casualidad y en la que terminé llorando—, el profesor me dijo:
“Tienes el cuerpo como si te hubiese pasado un tren por encima, te estuvieras levantando… y te pasase otro de nuevo".
Y, la verdad, es que aunque entonces no lo veía con claridad, así era.
Exactamente así.
Acabé en el gimnasio porque mi cuerpo me pedía movimiento, pero no me apetecía meterme en una clase guiada de cualquier cosa: ni máquinas, ni bici… Así que me metí en una clase de yoga que parecía relajada.
Qué engañosa puede ser la apariencia a veces. Qué revolucionario es por dentro todo este trabajo psicofísico del yoga...
Así llegué… y, sin entender nada, así continué.
Hasta hoy.
Que no es que entienda mucho más, pero sí me respeto mucho más.
Siento a mi corazón, escucho mejor mi voz, y estoy conectada con mi cuerpo y con mi alma.
Porque es fácil perderse en el camino cuando una está creciendo y aprendiendo.
Pero siempre aparece algo que te ayuda a continuar. A seguir.
Incluso cuando estás tan cerrada que ni siquiera te das cuenta de que te has vuelto un ser sin vida.
A veces es una persona la que te acoge y te impulsa, a veces un lugar.
A veces simplemente continuar caminando.
El mar, la naturaleza, el vuelo de las gaviotas, una nueva ilusión…
Y, casi sin darte cuenta, como una tortuga centenaria que, aunque avanza lento, ha recorrido mucho en silencio…
El yoga viene a integrar.
El yoga es integración: volver a componer el puzle sabiendo que no hay puzle.
Unir lo que sucede fuera con lo que sucede dentro.
Comprender desde el vacío del corazón, y no desde la racionalidad —que poco entiende de lo que no tiene palabras.
El yoga es un camino de regreso.
De vuelta a lo auténtico, a lo esencial, a lo que no se puede dividir ni separar.
Es la calma en mayúsculas.
Eso que, una vez que lo tocas —aunque solo sea por un instante—, ya es faro en tu camino.
Volver a sentir ese latido esencial.
Eso con lo que viniste y que olvidaste por el camino.
Esa pureza. Ese lugar donde todo está bien.
Y llegar ahí son rosas… y espinas. Pero vale tanto la entrega.
Entregarse a la vida.
Alinear tu cuerpo, tu mente y tu alma para conocer lo que eres de verdad.
El yoga —la vida— es una experiencia única, que hay que atreverse a sentir.
Porque haber venido a ella ya es un gran acto de valentía.
¿Y si dimos ese paso inicial no será porque, en el fondo, sabíamos que podemos atravesar este tránsito de crecimiento y aprendizaje?
¿No será que, en realidad, solo nosotros sabemos por qué estamos aquí?
Volver a tu esencia y vivirla.
Ese es el yoga. Ese es el camino.
Mi camino de yoga.